sábado, 15 de octubre de 2011

TRONQUITO

Diez años en primera, suplente o titular, dependiendo de los técnicos pero siempre con el mismo cartelito colgado a la espalda, casi al lado del N° 3 que siempre lo había acompañado: “Tronquito”. Jugador voluntarioso, perro de presa, firme en la marca... alguna especie de elogio que le endilgaban, pero había algo que era aceptado por todos: con la pelota era un tronco. Cuando intentaba salir jugando por su lateral sus compañeros le pedían que la largara rápido, nunca lo habilitaban cuando pasaba al ataque, la tribuna le gritaba, los contrarios no lo marcaban sobreentendiendo que él, tronco al fin, tenía que largarla rápido, conciente de sus limitaciones.

Cuántas veces, mientras se ponía las vendas y se calzaba los botines había soñado conque el técnico adversario estuviera diciendo en el otro vestuario: “Tómenmelo al tres, es peligroso porque es hábil y patea bien”. O que sus compañeros remarcaran en la charla técnica: “Hay que jugársela al tres, así tenemos buena proyección por izquierda”. Qué va, si siempre venían las recomendaciones: “no la tengas”, “pateá rápido arriba... troquito”.

Cuando los partidos terminaban, transpirado como ninguno, cansado, contracturado, apenas recibía la felicitación de algún contrario, sus compañeros y el técnico lo ignoraban, apenas una palmadita y después a hablar del golazo del nueve, o del jugadón que se mandó el diez. El se cambiaba lentamente, se duchaba y se iba a su casa con el bolsito y alguna mirada al pasar, una mirada que decía: tronquito.

Entró a la cancha como siempre, arrancó como había hecho tantas veces una mata de pasto, se persignó y se fue a su lateral. La vista en la raya y como adivinando qué se traería el siete adversario... En un momento recordó a tantos sietes, algunos anulados, otros que le habían dado un baile bárbaro, pero la mayoría de ellos goleadores... El nunca había hecho un gol, jamás. Lo más cerca que estuvo fue cuando le tocaba patear el cuarto penal en una definición, pero no llegó a tirarlo, su equipo perdió antes. Destino de tronco.

Puso cara para la foto cuando un fotógrafo se acercó, en realidad lo tenían solamente para el archivo, nunca había sido tapa de revista. Pero este domingo, lindo en sol, con bastante gente en las tribunas, la historia iba a cambiar. Lo tenía decidido, aunque fuese decisión de un tronco.

El partido pasaba como tantos, cero a cero clavado, su equipo necesitaba ganar para tener aspiraciones en el campeonato, un empate o una derrota lo sumirían en la intrascendencia de la media tabla.

La pelota vino de alto, lanzada por el cinco adversario para el pique al claro del puntero. El se anticipó, la bajó con el pecho y la calzó en su pié hábil, el izquierdo, sintió el grito del diez: “Pasala”... Una mierda le iba a pasar, giró, levantó la cabeza y eludió al primero... sintió perplejidad en todo el estadio, de la tribuna bajaron algunos gritos: “largala, tronco”.

Tenía unos veinte metros libres y avanzó lentamente, pelota al pié. El segundo que salió a marcarlo lo hizo sin decisión y lo dejó pasar de largo con una pisada de esas que provocan el “ole” de la tribuna, pero él era tronco y nunca iba a recibir ese reconocimiento, no importaba. Descubrió preocupación cuando dos salieron a tomarlo y el los birló con una rabona. Estaba en el área, cerca del sueño, hizo una calesita para sacarse de encima a otro marcador, cambió el ritmo, encaró hacia el arco mirando irónicamente la expresión azorada del golero, el uno salió a cubrir desesperado, pero él acomodó la pelota con la derecha y lo fulminó de zurda poniéndola junto al ángulo derecho, allá arriba, inflando la red. Alzó los brazos y nadie vino a festejar con él, redondeó la boca en un grito ansiado y comenzó a correr festejando...

Alcanzó a ver al árbitro corriendo al centro del campo, señalando el gol y mirándolo incrédulo. Sus compañeros no salían del asombro, su tribuna era todo silencio... apenas si un adversario, el ocho y capitán, se arrimó tímidamente a darle la mano.

Prosiguió su carrera hacia el túnel, el fútbol era ya un recuerdo, su sueño estaba hecho, en los escalones empezó a sentir los primeros gritos de una tribuna que reaccionaba... no importaba.

El había hecho un gol, y un gol de lujo.

Poco importaba que el gol hubiese sido en contra.

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